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Vivir entre San Francisco y Novena (página 2)




Enviado por MANEL BATISTA



Partes: 1, 2, 3, 4

Su progenitor hizo gesto de darle un capón, pero
se frenó dado al lugar donde se hallaban, no debía
dar un escándalo, podía significar una nota de mala
imagen pública y, esto Manuel lo cuidaba mucho. A
Ramoncito, la ira le había ido subiendo de intensidad;
pero su mente razonaba fríamente. Sabedor de que jugaba
con una ligera ventaja por hallarse donde se hallaba y, porque a
su padre le gustaba guardar las apariencias, se la jugó a
una sola carta.

-¡Papá! – le dijo, -tú estás
intentando vengarte de mi, lo cual me incita a utilizar tu mismo
estilo, te digo: ¡Si no me levantas el castigo que acabas
de imponerme, ahora mismo tiro al suelo todas estas bandejas de
pasteles y dulces de este mostrador y, el sarao que se
organizará y el ridículo que vamos hacer, va hacer
época en La Habana-.

A Manuel se le puso la cara roja de ira ante tal
insolencia provinente de su rebelde vástago, pero su
sentido del ridículo pudo más que actuar sin tino.
Respondió de manera suave y en voz baja; -Bien hijo, ya
discutiremos esto al llegar a casa-.

-¡No!- respondió Ramón con firmeza
-. ¡Me vas a dar ahora tu palabra de que mañana
iré con vosotros a visitar el cuartel del
sargento!.

Manuel hizo acopia de paciencia, aspiró aire
fuertemente, miró de soslayo a su alrededor, vio que
algunas personas estaban mirando y asistiendo a la encrespada
escena. Optó por la serenidad y, dijo a su hijo: -mira
Ramón, mañana vendrás con nosotros, pero
ahora apártate de este mostrador y vayamos a
casa.

Ramoncito se asió de la mano de su madre, su
pararrayos, y en comitiva marcharon a buscar el
"carro".

Camino de su casa, por el paseo del Malecón,
coincidía la entrada por la bocana del puerto un esbelto
barco de vapor procedente probablemente de Europa,
recortándose en la lejanía la silueta del castillo
del Morro. Alicia al ver aquel bajel sintió una ligera
añoranza de su tierra y de su ciudad natal, Barcelona
también junto al mar. Ella, Manuel y Ramoncito, se
habían marchado de España en unos momentos sociales
y políticos muy difíciles. Revueltas obreras,
cambios constantes de gobiernos inestables, asesinatos y
atentados, estaban a la orden del día. Todavía
supuraba la herida del descalabro del "98"; pero la tierra tira
mucho, a pesar de que en La Habana rehicieron su vida, aumentando
la calidad y comodidad de la misma con unas condiciones de
bienestar que probablemente no tendrían allá en
España.

El lunes, amaneció en La Habana con unos gruesos
y grises nubarrones y el aire cargado de humedad, se
preveía una de las muchas y sofocantes tormentas
tropicales, tan abundantes en esta época del
año.

Antonio, el hermano de Manuel, les aguardaba ya frente a
la verja del jardín de su casa, Manuel con su auto marca
Chandler al relantí que conducía personalmente, era
un precioso automóvil con capacidad para toda la familia ,
era un vehículo esbelto, de color verde oscuro, unos
grandes faros delanteros provistos de unos brillantes cerquillos
cromados y relucientes, suspendidos sobre los guardabarros
delanteros de color negro y fileteados con una finísima
línea de color marfil en la orilla de ambos, así
como en los traseros. Sobre los estribos de ambos costados,
llevaba sendas cajas que contenían las herramientas
necesarias para solventar alguna eventual avería o
reparación de algún pinchazo de cualquiera de las
"gomas", esta solía ser una de las averías
más frecuentes debido a la falta de preparación en
los firmes de las carreteras cubanas. El automóvil era un
"convertible" ó también llamado "cabriolé";
en su parte posterior, llevaba una rueda completa de repuesto y,
sobre la "cola", una compuerta que daba acceso a un voluminoso
maletero, provisto además de una pequeña banqueta,
lugar también llamado popularmente como el "ahí
te pudras
"-, en el que podían caber un sinfín
de bultos además de un pasajero. La capota de lona y hule
negro estaba plegada en la parte posterior del mismo, sobre la
"cola".

Antonio ya estaba dispuesto para subir al auto, dieron
los buenos días a su hermano y tío respectivamente
y, a continuación, tomaron el camino para el cuartel de
San Carlos de la Cabaña; instantes antes Manuel
había llamado por teléfono al sargento Batista
confirmándole su visita.

Dado lo temprano de la hora, La Habana permanecía
casi desierta, ausente de carruajes y personas, por lo que
circular por ella era una verdadera delicia. Las calles estaban
aún mojadas por la lluvia caída durante la noche
anterior y en los charcos se reflejaban las figuras de los
edificios. Cruzaron por encima del puente del río
Almendares , el cual, se partía en dos secciones
simétricas que se alzaban simultáneamente cuando
una embarcación con gálibo demasiado alto
debía pasar por su "ojo". Contra el malecón del
puerto, se estrellaban furiosas olas rebeldes, levantando grandes
columnas de espumosas y blancas aguas, cual si su enojo fuera
tal, que quisiera bañar a los transeúntes que
acertaban pasar por allí. El agua de la bahía
estaba igualmente agitada y de un color gris plomizo amenazador.
Algunos de los bajeles anclados en el puerto se balanceaban como
si sus mástiles ejecutaran un anárquico
baile.

Manuel paró su auto frente a la puerta principal
del cuartel. El centinela se acercó cansinamente y les
solicitó el motivo de su visita. Manuel le indicó
que les aguardaba el sargento Batista. "¡Cabo de
guardia…"! gritó el centinela. Este acudió
inmediatamente, saliendo de la sala de guardia
abrochándose todavía el cinto con las cartucheras y
el arma corta reglamentaria-. Díganme los señores
que desean!, les conminó. Manuel volvió a repetir
lo anteriormente dicho al centinela- ¡un momento! – les
espetó y desapareció en dirección al
interior del cuartel". Al poco rato regresó haciendo abrir
el portalón conminándoles a entrar con el
vehículo hasta el mismo patio de armas del cuartel. Manuel
estacionó su auto en una de las esquinas del patio, entre
tanto algunos soldados efectuaban movimientos de
instrucción y adiestramiento castrense en el
mismo.

Descendieron del vehículo y siguieron al cabo
hasta una estancia en la que se hallaba el sargento Fulgencio
junto a otro militar de graduación superior. La estancia
estaba amueblada con austeridad y propia de oficina, como suele
ser todo en los ejércitos.

-Mis queridos amigos, ¡bienvenidos! – les
decía el sargento Batista, entre tanto les efectuaba un
saludo militar y les alargaba su mano diestra para estrecharla
con las suyas – . Tengo el placer de presentarles al jefe del
acuartelamiento, coronel Igunza-. -Mi coronel, les presento a los
Señores Antonio y Manuel Batista y, a Ramoncito hijo de
éste último. Son los constructores de los que le
hablé esta mañana- introdujo el
sargento.

-Gusto en conocerle coronel Igunza- le dijo Antonio. El
militar respondió con un saludo castrense al mismo tiempo
que le hacía un cortés ademán con su brazo
izquierdo invitándoles a cruzar el umbral de la
dependencia.

Entre tanto visitaban las instalaciones, el sargento
Batista había ordenado a un soldado que atendiera al
pequeño Ramoncito mostrándole las baterías
de cañones adosados a los muros defensivos del
acuartelamiento, el museo de armas, el grandioso foso, etc…..
coincidía la visita en un día de instrucción
para los soldados, que en aquel momento desfilaban al son de la
banda de música castrense. La uniformidad marcial de los
soldados marcando el paso al compás de los timbales
enamoró a Ramoncito, hasta el punto de que cuando
salían del cuartel una vez finalizada la visita, le dijo a
su padre que cuando fuera mayor quería ser soldado. El
sargento Fulgencio oyó la manifestación
espontánea del muchacho y en tono afable y
simpático le dijo:" Mira Ramoncito, para ser un buen
soldado deberás reunir una serie de cualidades
imprescindibles. Primero, tener la talla mínima para ser
admitido, ser mayor de edad; luego tener estudios, cuantos
más mejor y; finalmente, tener vocación, valor y
espíritu de sacrificio. Si eres capaz de reunir todas
estas condiciones, aquí tienes un puesto".

"¡¡Viva!!- estalló a gritos
Ramoncito" . Montaron de nuevo en el auto y, acto seguido se
fueron camino de sus casas deslizándose este por la suave
pendiente del camino que les regresaba a la Habana
vieja.

A Ramoncito, la visita al acuartelamiento le
había entusiasmado hasta el punto que se había
hecho el firme propósito de dedicar su vida futura al
ejército cuando fuera adulto; sería un oficial de
alta graduación del ejército cubano , y
mandaría mucho, mucho. En esto concentró sus
pensamientos en el entretanto regresaban a sus casas.

Ramoncito una vez llegó a su casa saludó
efusivamente a su madre diciéndole a gritos:
¡Mamá, ya sé que voy a ser de
mayor!.

-Dime hijo,¿qué has pensado ahora?-,
respondió ella sorprendida ante tal entusiasmo.

-¡Voy a ser oficial del ejército cubano
madre!.

-Pero hijo,¿no sabes que esta profesión
puede ser muy peligrosa?.

-No importa madre. A mi me gusta el peligro, no tengo
miedo alguno. El único problema es que todavía me
faltan bastantes años para tener la edad de ingreso en la
academia militar – recapacitó- . Calculo que unos diez
años todavía; pero no importa, me permitirá
prepararme bien para cuando sea la hora-.

-Bien hijo- le dijo Alicia al torbellino de su hijo,
-pero ahora debes marchar con tu hermano a la escuela, no
debéis faltar porque todo lo que podáis aprender
ahora os valdrá para el día de
mañana-.

Ramón tomo con una mano la cartera que
contenía sus libros y, de la otra a su hermano Tonet,
dispuestos a dirigirse a la escuela que regentaban los Hermanos
Maristas, allá en la calle Vista Alegre, no demasiado
lejos de su casa.

Los Hermanos Maristas era una institución docente
de carácter religioso con mucho prestigio en La Habana,
orden fundada por el hermano Champagnat. En dicho centro se
aplicaba con particular severidad la formación social de
sus alumnos, sin descuidar la científica, moral y
religiosa. Las buenas maneras y modales, el comportamiento y aseo
personal, así como las exquisitas formas de conducta en la
mesa, el código de honor y la formación
intelectual, eran materia que el profesorado impartía con
sumo énfasis y rigor. En una palabra, los alumnos que
alcanzaban llegar a la meta final, adquirían una
preparación poco común que les distinguía en
sobremanera respecto a los de los demás centros. Por otra
parte, el consejo directivo del centro era sumamente exigente con
el alumnado, siendo solo unos pocos los privilegiados capaces de
finalizar todos los cursos que el centro impartía. Sin
embargo, afrontaban el ingreso a la universidad siempre con mayor
garantías que los alumnos procedentes de otras
instituciones. Los Hermanos Maristas eran una verdadera
institución en la isla de Cuba.

Ramoncito, que era un estudiante no demasiado constante,
después de esta visita a la fortaleza castrense, se
aplicó con mayor esmero para asimilar los conocimientos
que el profesorado de tan prestigioso centro docente
impartían, hasta el punto de acabar aquel curso con
calificaciones muy estimables.

Al llegar a su casa con las calificaciones, lleno de
alegría, y con voz en grito, llamó a su madre para
mostrárselas. Alicia le besó con cariño y le
animó a seguir progresando en el estudio diciéndole
al mismo tiempo : – Ahora cuando regrese tu papá
muéstraselas, seguro que le darás una gran
alegría – . Ramón estaba contento y excitado por su
triunfo personal en los resultados de las calificaciones
escolares obtenidas. Tenía que hacer algo grande, su
cuerpo se lo pedía.

Salió a la calle para ver a sus amigos y,
¡¡Dios que vio!!, en la misma acera de su casa, dos o
tres puertas más abajo, asomaban los cuartos traseros de
un enorme y lanudo perrazo, era el perro de Anita la costurera
del barrio, una solterona redomada y siempre malhumorada, que
cosía para la mayoría de las gentes del barrio,
este era un perro de raza San Bernardo muy querido por Anita su
ama, a falta de hijos lo quería como a tal.

A Ramoncito no se le ocurrió otra cosa que entrar
nuevamente a su casa y coger un rifle de aire comprimido que
tenía, con este en las manos se asomó de nuevo a la
calle y, el perrazo seguía en la misma posición
meneando la cola. Apuntó con detenimiento a las nalgas del
chucho, apretó el gatillo y ¡¡zas!! el
diminuto proyectil de plomo impelido por el aire a
presión, partió a toda velocidad en búsqueda
de su objetivo.

El can al recibir el impacto pegó un descomunal
aullido al mismo tiempo que saltaba hacia delante,
metiéndose en el interior de la vivienda
aullando.

Ramoncito se quedó unos instantes quieto
escuchando la reacción de Anita la costurera. Esta no
tardó en salir de la casa gritando y maldiciendo a pleno
pulmón. Este al ver que las cosas tomaban un aire poco
favorable, tomó rápidamente las de Villa Diego y
entrando de nuevo en su casa escondió el rifle y se
acurrucó silenciosamente debajo de las faldas de una mesa
camilla, hasta ver lo que iba a ocurrir….

Al poco tiempo llamaban a la puerta de la casa un agente
de policía acompañado de la costurera.

Alicia, que no había visto entrar a Ramoncito,
fue a abrir la puerta, quedándose perpleja ante la vista
del agente y de Anita y algún que otro vecino más
que les acompañaba. -¿ Qué ocurre
agente?-,preguntó. Pues verá señora,
aquí su vecina dice que su hijo ha disparado un tiro a su
perro .

¿Cuál de ellos? Preguntó Alicia.
¡¡El diablo de Ramoncito!! dijo gritando la
costurera. El ha sido.

– ¿ Lo ha visto Ud. hacerlo?-, preguntó
Alicia.

No, pero no es necesario haberlo visto, dijo Anita,
nadie más en este barrio es capaz de hacer una cosa
así a este indefenso animalito.

A todas estas, el policía y acompañantes
habían penetrado hasta el recibidor de la casa. La
posición del escondite donde estaba Ramoncito, le
permitía ver las lustrosas botas del agente de la ley a
muy poquísima distancia suya.

Este inquirió a Alicia : -Señora
¿está su hijo Ramoncito en casa?-. No señor
agente, hace un buen rato que salió para hacerme unos
encargos y todavía no ha regresado-, respondió
esta.

El policía se dio la vuelta, pidió
disculpas a Alicia y conminó a la costurera que se
marchara a su casa y se olvidara del suceso.

Acababan de salir de la casa el policía y
acompañantes cuando Ramoncito salía de debajo de la
mesa en la que se había refugiado, Alicia al verle le
dijo, -Ramón hijo-, Alicia cuando estaba enfadada se
dirigía a su hijo por su nombre, sin diminutivo,
-¿has sido tú el del disparo al perro de Anita la
costurera?-. Si mamá, pero yo no quería hacerle
daño respondió este-.

-Ramón hijo, yo no sé que hacer de ti,
siempre andas metido en líos y como se entere tu padre de
lo de hoy, vas a ver. Tienes a todo el vecindario soliviantado en
contra tuya. Nos veremos obligados a cambiar de
barrio-.

Mira mamá, no debes preocuparte, yo os
defenderé, al que diga algo en vuestra contra le voy a
romper todos los cristales de las vidrieras y las
ventanas.

¡¡No hijo no!! No nos defiendas así,
que lo que vas a lograr será empeorar la situación.
Lo que debes hacer es mejorar tu actitud con los demás y
comportarte de una manera más pacífica y
racional.

Ramoncito, se encogió de hombros y se
lanzó nuevamente a la calle en busca de sus amiguetes
habituales.

Al pasar por delante de la lavandería china de
Francisco Wong, en la calle J.del Monte, el dueño Sr.
Wong, le llamó, pues le conocía y sabía que
era hijo de Don, Manuel, – hola Ramoncito, ven entra que te voy a
dar unos cuellos almidonados que son de las camisas de tu
papá que me trajo el otro día Doña Alicia
para lavar y almidonar-. Toma te los voy a poner en una bolsa de
papel y se las llevas, así le evitarás un viaje a
tu mamá-.

Ramoncito le dijo al Sr.Wong que no iba para su casa,
que más tarde si, pero el chino siguió insistiendo
hasta el punto de ponerle en las manos a Ramoncito la bolsa con
los cuellos almidonados.

Ramón, de mala gana se llevó la bolsa y
siguió su camino. Una cuadra más allá
encontró a varios de su pandilla que le propusieron jugar
un partido de base ball contra una novena del barrio de Laughton
en un solar habilitado para ello en este barrio.

Aquella mañana había llovido
torrencialmente, el suelo estaba embarrado y pesado. Ramoncito
dejó junto a la primera base, que era la que él
ocupaba cuando estaba en cancha, la bolsa de papel que
contenía los cuellos de las camisas de su padre. No se dio
cuenta que la bolsa por un lado rozaba un pequeño
charquito de agua y barro, que el papel de la misma iba
absorbiendo, con lo que los cuellos pasaron de ser blancos
níveos y almidonados, debido a este fenómeno
físico fueron convirtiéndose en color marrón
y blandos como un trapo cualquiera.

Ramón siguió jugando el partido, a la
quinta "entrada", se dio cuenta que se hacía tarde y
apremió a sus amigos para detener el partido y continuarle
al día siguiente.

Cuando llegó a su casa su mentor ya había
llegado, Ramoncito con el ánimo de contentar a su
papá, se le acercó y le dijo; ¡¡ toma
papá el Sr.Wong me ha dado esta bolsa para ti, son unos
cuellos de camisa que mamá le había
llevado!!.

Don Manuel con aire severo tomó la bolsa con las
puntas de los dedos pulgar e índice, pues intuía
que el color de la misma era sospechoso, y sin acercársela
la abrió. Cual no sería su sorpresa al ver el
estado de su contenido.

Ramoncito puso cara de inocente criatura, Alicia, su
madre, se sonrojó y azoró, Tonete y Rita se
revolcaban de risa y hasta Agapito se deslizó a la cocina
para que el amo no le viera reír.

¡¡Ramón!! Gritó Manuel,
¿dónde carájo has metido estos cuellos de
camisa para que estén en tal lamentable
estado?.

-Pues no se papá, a mi me los ha dado el Sr. Wong
con esta bolsa-.

-Pero hijo, haber ¿y donde has metido esta
bolsa?-, le dijo Manuel al borde de agotar su
paciencia.

-Vamos haber, haz memoria, has salido de casa, bien, has
pasado por delante de la lavandería del Sr.Wong, el te ha
dado los cuellos y la bolsa, ¿dónde has ido tu
después?-.

-Ah si, he ido a jugar un partido de base
ball-.

-¿Y dónde has dejado la bolsa para jugar a
base ball? Le preguntó su padre-.

-Ah ya recuerdo, junto al cojín de la primera
base, la he estado vigilando constantemente papá. Nadie la
ha tocado, te lo puedo prometer-.

-Y el suelo del campo ¿cómo estaba?,
había llovido ¿no?-.

-Si papá pero los cuellos estaban dentro de la
bolsa. Nadie los ha tocado. Te lo prometo-.

-Mira Ramón, vamos a dejarlo correr, pero ya te
digo que el próximo domingo no vas a venir con nosotros y
tus primos al Wajay a pasar el día, te quedarás con
Agapito en casa. Y punto, no se hable más-.

No era el día de Ramoncito, esto era
evidente.

Alicia intentó interceder ante su esposo por su
hijo mayor durante la cena, fue inútil toda insistencia,
Manuel ya había tomado una decisión
inapelable.

CAPÍTULO
IIIº

Domingo en La Habana
y Un día en el Wajay

Hay ajetreo en la casa, la familia Batista se dispone a
gozar de este día santo, es domingo, día que suele
destinarse al ocio, visitar amigos o parientes, o ir al campo. En
definitiva un día familiar y alegre.

Alicia se ha vestido con las mejores galas, D.Manuel,
como siempre, impecable. Rita, la pequeña Rita un vestido
de encaje almidonado que es un primor, Tonet el trajecito de
marinero que estrenó con motivo de su primera
comunión. Ramoncito con cara triste envía miradas
de complicidad a su madre Alicia para que interceda con su
padre.

Alicia por enésima vez insiste a su marido para
que levante el castigo a Ramoncito. – Anda Manuel sé
magnánimo con Ramoncito, ha trabajado mucho durante el
año escolar logrando unas excelentes calificaciones, algo
inusitado en él, prémiale con venir a gozar con
nosotros de este precioso día.

¡¡Ramón!! , dijo D.Manuel, alzando el
tono de voz, acércate. Ramoncito se acercó
cabizbajo y macilento. Mira Ramón, que no sirva de
precedente, te voy a levantar el castigo que te impuse, vas a
venir con nosotros al Wajay en premio a las buenas calificaciones
que has obtenido, pero me vas a prometer que tu conducta va a ser
intachable durante el día. – Sí papá, te lo
prometo -, respondió este.

Anda y arréglate vamos a salir en pocos
minutos.

El Wüajay, como pronunciaban los cubanos, era un
pintoresco lugar en la campiña cubana a no demasiados
kilómetros de La Habana, una exuberante vegetación
cubría todo el valle de un color verde esmeralda,
salpicado por algunos bohíos habitados por
campesinos.

El merendero del "Tío Enrique" era el lugar donde
acudían con cierta frecuencia las familias de Manuel y su
hermano Antonio, para solazarse durante toda la jornada. El
tío Enrique les acogía siempre con gran afabilidad
y simpatía, Don Manuel le premiaba siempre con generosas
propinas poco antes de regresar.

Para esta ocasión el Tío Enrique les
había preparado jamón "cosinao", un excelente plato
criollo, que preparaba como nadie, azúcar de caña y
un largo tiempo en el horno convertían aquella parte del
cerdo en un exquisito manjar para los más exigentes
paladares, que acompañaba con una ensalada de aguacate
deliciosa.

El auto de Manuel cruzaba la campiña con andar
ágil y decidido, el firme de la carretera no era
excelente, estaba sin asfaltar, levantando una considerable
polvareda al paso del vehículo, la muchachada cantaba a
voz en grito canciones infantiles que se perdían en el
aire mientras el carro iba en busca del objetivo al que le guiaba
el conductor.

A la salida de una curva un puñado de gallinas
que picoteaban en la calzada revolotearon alocadamente ante el
estruendo sorpresivo del motor y su bocina de aire, que Ramoncito
hacía sonar con profusión divertida. Un cerdo, que
también se hallaba entre ellas, salió disparado
para no ser atropellado soltando un agudo chillido que
todavía acabó de asustar más a
estas.

Cruzaron un riachuelo de aguas cristalinas y al otro
lado del mismo estaba el famoso merendero de Enrique. Junto a
este estaba estacionado el automóvil de la otra familia
Batista, la de Antonio, a la sombra de un bosquecillo de bellas
palmeras.

Ramoncito y sus hermanos corrieron a abrazarse con sus
primitos. Allí estaban Cusita, Antonio, Paquita y la
pequeña y angelical Angelita con su lazo de satén
en la cabeza.

Besos, saludos y apretujones entre la chiquillada, los
adultos se saludaban más sosegadamente. Paquita
cogió de la mano a la pequeña Rita y la
llevó a ver unas crías de conejillos en un corral
cercano a la estancia, en el entretanto Cusita, Ramón,
Antonio y Tonete se alejaban brincando entre la maleza del
bosquecillo inmediato.

Los hermanos Manuel y Antonio se sentaron, con sus
respectivas esposas en unos bancos alargados situados en ambos
lados de una mesa rectangular, construida con rústica
madera, al aire libre. El día invitaba a disfrutar de el.
Una gran tranquilidad en el ambiente, solo alterada de vez en
cuanto por algún pajarillo cantor, rodeaba aquel
bucólico y relajante lugar. Era una de estas maravillas
con que nos suele obsequiar con cierta frecuencia la
naturaleza.

Para seguir la tradición española, Antonio
se había traído de España un porrón.
Este es un recipiente de vidrio propio de las zonas rurales de
Cataluña, este popular envase, muy utilizado por la gente
del campo, tiene una peculiar forma que le confiere una serie de
características de gran utilidad. Es un recipiente, de
forma esférica achatada por sus polos, para contener
líquidos, generalmente vino. En la parte superior dispone
de un cuello cilíndrico de aproximadamente unos 20 cms. de
alto con una boca de acceso en su parte más extrema
superior, esta es utilizada para introducir el líquido,
estando su parte inferior unida a la esfera. Formando un
ángulo de unos 25 grados, se halla otro cuello, este en
forma cónica, con la base en la esfera ,la parte
más aguda contiene un diminuto agujero por donde sale el
líquido que contiene la esfera cuando el porrón es
inclinado.

Antonio llenó el porrón con vino tinto
español, que el día anterior había adquirido
en una bodega cercana a su casa, a la vez que sumergían al
mismo en el riachuelo para que se refrescara su contenido,
teniendo mucho cuidado en que el agua no se introdujera en su
interior.

La muchachada correteando, se fue alejando del lugar
donde estaban sus padres, hasta el punto que dejaron de
oír sus voces. Llegaron hasta el linde de un campo
sembrado cerrado por una cerca de alambre espinoso.

Ramoncito propuso saltar la cerca, Cusita
también, Antonio el más sensato y reflexivo
apuntó no saltar la cerca y regresar donde estaban sus
padres. Tonete apoyó la idea de su primo Antonio.
Ramoncito sin encomendarse a nadie pasó a través de
dos de los alambres paralelos secundado por su prima Cusita.
Ambos, una vez dentro, corretearon por encima del sembrado y
cogían de vez en cuanto alguno de los frutos para comer.
Antonio y Tonete aguardaban desde el otro lado de la
cerca.

Todo transcurría satisfactoriamente cuando de
repente, se oyeron unas voces de ¡¡ATAJA!! ,
¡¡ATAJA!!, que partían del fondo de la
plantación. Era el campesino propietario del campo
cultivado, que sumamente irritado, al ver que le pisoteaban toda
su futura cosecha, indignado y machete en mano echó a
correr el busca de los invasores.

Fue tal el susto que Ramón y Cusita les causaron
los gritos del iracundo campesino, que echaron a correr cual alma
se lleva el diablo, en dirección a la cerca. Cusita al ser
menudita y sujetándose firmemente sus faldas, pasó
entre los alambres con facilidad, pero Ramón, debido a su
atolondramiento al inclinar su tronco para pasar entre los
espinosos cables, uno de los espinos se le enganchó en el
dorso de su camisa y buena parte de la espalda de esta se
quedó colgando en la alambrada.

Toda la muchachada corría alocadamente en
dirección al merendero, que distaba del cercado, a algo
más de un kilómetro, Cusita al intentar cruzar un
pequeño riachuelo, tropezó y se cayó de
bruces a un barrizal, se puede imaginar el lector en que estado
quedaría su delicioso vestido. Ramoncito se paró
para ayudarla a levantarse y seguir corriendo, Tonete y Antonio
corrían también delante de ellos a tal velocidad
que parecía que no se les separaban sus talones de las
posaderas.

Las voces del campesino cada vez sonaban más
lejos hasta difuminarse totalmente.

Pocos metros antes de llegar donde estaban sus padres,
la pandilla se paró resoplando y sin aliento debajo de un
frondoso árbol, que proyectaba una espesa y refrescante
sombra. Tenían las ropas chorreando de sudor. Cusita
mientras recuperaba el aliento trataba de limpiar las manchas de
barro de su vestido, Ramoncito por el azoramiento, todavía
no se había dado cuenta de que su camisa no tenía
la pieza de la espalda y de un gran arañazo sangrante
medio coagulado que tenía en ella, Antonio y su primo
Tonete sudorosos y fatigados estaban más "enteros" que los
otros dos.

Antonio que se apercibió de la herida de las
espalda de su primo Ramón, exclamó; -¡¡
anda menuda herida tienes en la espalda primo!!-. Cusita
partió un trocito de su almidonada enagua para intentar
limpiar la herida de su primo Ramoncito , este ahora ya comenzaba
a escocerle el "siete" de su piel, pero en su mente le asaltaba
una idea pesarosa: ¿qué dirían sus padres en
cuanto le vieran? Sin camisa y herido. Aguardaron un ratito para
sosegarse.

Allá en el merendero, los dos matrimonios
charlaban animadamente de los sucesos acaecidos durante la
semana, en el entretanto el "Tío Enrique" les preparaba
las ensaladas y el famoso jamón "cosinao".

El fiel Agapito, que se hallaba sentado bajo la sombra
de un grupito de palmeras saboreando una fresca cerveza, de
repente se acordó de la muchachada y de lo que estaban
tardando en dejarse ver. Tanta tranquilidad le tenía
intrigado, no era posible estando Ramocito y Cusita
juntos.

Se levantó perezosamente y dejando la botella de
su cerveza refrescándose en el agua del riachuelo, se
adentró entre la maleza del bosque. A los pocos pasos
oyó murmullo de voces atenuadas por el airecillo que
corría, varió el rumbo que llevaba y se
dirigió hacia donde procedían los murmullos. A
medida que se acercaba a ellos fue distinguiendo las voces que lo
formaban, evidentemente no pertenecían a los chiquillos a
quien el buscaba. Al doblar un recodo del sendero que
seguía, pudo divisar a dos individuos de dudosa catadura
con indumentaria de guajiros, que hablaban en voz bastante
queda.

Esta actitud sumamente sospechosa que Agapito observaba
en ambos individuos, hizo que se les acercara sigilosamente para
intentar oír lo que ambos decían. Se
aproximó lo suficiente sin ser oído y poder
entender la conversación que se llevaban.

El más fornido, tocado con un sombrero de paja,
en bastante mal estado, le decía al otro, de menor
envergadura, por lo que Agapito dedujo que quizás fuera
este segundo, hijo del primero, – tú da la vuelta por
allá abajo para ver si los asustas y corren en la
dirección en que yo voy a situarme – ¡¡
asústales mucho!!, echarán a correr en la
dirección que nos interesa y si logro pillar a uno de
estos mocosos lo encerraremos por un buen rato dentro del
bohío a obscuras y les exigiremos a sus padres que nos
paguen todos los desperfectos causados -.

Al oír esto, el bueno de Agapito
interpretó inmediatamente que aquellos sujetos trataban de
secuestrar a uno de "sus" niños. Permaneció en
silencio hasta que ambos guajiros se separaron y, este
siguió al mayor de ellos a una prudencial distancia para
no ser visto. En el entretanto le seguía, tuvo la suerte
de hallar por el camino una rama seca de una palmera, a la que le
quitó las pocas hojas que le quedaban, con lo cual le
quedó un garrote en forma casi de un bate de base
ball.

El otro sujeto localizó pronto a la muchachada
descansando de la carrera que habían echado en la
huída, reponían fuerzas, gritando como un
energúmeno corrió en dirección donde estos
se hallaban a la vez que gritaba¡¡Ataja, Ataja!!,
estos se levantaron en un santiamén y echaron a corren en
la dirección que su perseguidor
pretendía.

Agapito, al igual que el guajiro que estaba agazapado,
oyó el griterío de los peques corriendo
despavoridos en la dirección donde ellos se hallaban y
antes de que estos llegaran allí y les diera el gran
susto, decidió intervenir. Salió de su escondrijo,
que estaba a poco más de un metro de distancia y,
agarrando por el cuello de la camisa al campesino, tiró de
el, dejándole tendido en el suelo, este vio al fornido
fámulo, con el brazo derecho levantado luciendo una
especie de maza muy pesada que apuntaba a su cabeza. Agapito le
gritó al que estaba en el suelo, ¡¡ huye ahora
que estás a tiempo o te aplasto la cabeza, canalla !!.
Este, sin preguntar a que se debía la amenaza, huyó
como alma que se lleva el diablo, alejándose a toda
velocidad del lugar.

Los muchachos acababan de llegar en tropel, asustados y
sudorosos, al lugar donde estaba Agapito y su "maza", el guajiro
que perseguía a los muchachos al verle y no tener a su
compañero a la vista, pensó que algo iba mal y
siguió corriendo pero esta vez en dirección opuesta
a la prevista.

Antonio, nervioso y azorado le contó todo lo
ocurrido al bueno de Agapito, este les tranquilizó y
cogiendo de la mano a alguno de ellos, les llevó hacia el
lugar donde se hallaban sus padres.

En el entretanto allá en el merendero del
tío Enrique, una bandeja con una gruesa pierna de
jamón "cosinao", todavía humeante, acababa de ser
puesta sobre la mesa que ocupaban los Batista. Agapito dijo a los
niños; dejad que yo hable con vuestros padres y les
explique lo ocurrido.

-Miren Don, Manuel, Don Antonio, los niños han
tenido un susto muy grande, unos desarrapados lugareños
les han asaltado con ánimo de secuestrar a alguno de ellos
y pedirles dinero a Udes. a cambio. – ¡¡Hay Dios!!
Exclamó Francisca, la esposa de Antonio,
¿qué les ha ocurrido a nuestros hijos?!!,- dijo
corriendo a reunirse con ellos junto a Alicia para abrazarles.
Manuel y Antonio se levantaron de sus asientos y con cara de gran
indignación le solicitaron a su criado que les informara
con más detalles de lo acaecido, Agapito les contó
todo lo visto y oído con todo detalle.

-Bien, todo pasó y a Dios gracias no tenemos que
lamentar ningún grave suceso-, dijo Antonio, pensando en
voz alta, esto les va a servir a los muchachos como
lección. ¡¡Comámos!!
Añadió Manuel.

Sin más, todos se sentaron alrededor de la mesa,
desplegaron sus servilletas colocando alguna de ellas sobre el
pecho de las dos pequeñas, Rita y Angelita, para que no
mancharan sus lindos vestidos , Alicia inició el ritual
acto de partir y repartir los tajos que sacaba de la
aromática pierna de jamón, que lucía un
preciosos color tostado en su exterior y rosado claro en su parte
interna.

La comida discurrió con gran placidez y
armonía , el frescor del vino de Rioja invitaba a
empuñar el porrón con bastante frecuencia y echar
una trago largo. En la sobremesa, Manuel sacó su purera
del bolsillo de su saco que contenía cinco hermosos
cigarros Punch de vitola Corona, invitó a su hermano
Antonio, este eligió de entre ellos uno cuyo color de la
capa era sumamente uniforme y tomándolo con el pulgar e
índice de su mano diestra, lo hizo girar en los dos
sentidos junto a su oído para poder apreciar la
presión con que había sido "torcido" y el grado de
humedad del mismo. El cigarro elegido por Antonio había
resistido la primera prueba a la que fue sometido, ahora
debía enfrentarse con el ritual del encendido; Antonio
sacó de uno de los bolsillitos de su blanco chaleco, una
diminuta guillotina especialmente fabricada para practicar el
corte en la cabeza de cigarros, a este instrumento se le llama
guillotina, por el gran parecido con el ingenio mecánico
que se utilizaba en Francia para ajusticiar a criminales y
políticos contrarios a la Revolución y, que fue
bautizado con el mismo nombre de su inventor. Antonio asió
el cigarro con su mano izquierda y con la otra, que
sostenía la diminuta máquina de corte,
seccionó las tres cuartas partes de la cabeza del cigarro,
en su diámetro. Este corte debía practicarse de un
modo seco y firme, para no estropear esta parte del cigarro, de
ese modo cuando fuese encendido, el tiraje sería el
adecuado. Para prenderle utilizó la funda cedro que
envolvía al mismo, por que de hacerlo con una cerilla
corría el peligro que el azufre que contiene la misma
comunicara un sabor desagradable al cigarro.

Una vez prendido el cigarro, lo separó de sus
labios y observó el color gris acerado de la ceniza que
producía y mirando a su hermano Manuel le
manifestó; – gran cigarro Manuel, gran cigarro – . Antonio
era un hombre no demasiado alto, medía alrededor de 1,68
m. de altura, pero tenía una fuerte complexión
física, Francisca su esposa era ligeramente más
alta que él, poseía una esbelta figura
acompañada de unas finas facciones en su rostro que
comunicó a sus hijos, todo lo frágil que era su
cuñada Alicia, Francisca la ganaba en salud y
ánimo.

Manuel pidió café, ese exquisito
café que Cuba produce, el Tío Enrique ya lo
tenía dispuesto, conocía las costumbres familiares,
les sirvió el mismo en unas tazas bastante
rústicas, pero calentito, a dos de las tazas Manuel le
echó un buen chorrito de ron, un "carajillo" como se le
llamaba en su tierra, Cataluña, a esa combinación.
La palabra carajillo, según la leyenda, proviene de cuando
se efectuó la primera combinación, quien la
probó exclamó ¡¡carájo que bueno
está!!, claro está que en su tierra natal, se
hacía con brandy en lugar de ron.

La tarde fue cayendo silenciosa y suavemente, se
acercaba la hora del regreso, alguno de los muchachos bostezaba
por el cansancio de todos los sucesos acaecidos durante la
jornada, uno de estos bellos atardeceres tan frecuentes en el
Caribe.

Era la hora del retorno, ambos vehículos se
desplazaban perezosamente por el camino de regreso, la
chiquillada ya no cantaba alborozada como hicieron durante el
viaje de ida, ahora algunos, como Paquita y Rita dormitaban con
sus cabezas apoyadas en el regazo de sus mamás, el resto
se iba empapando del paradisíaco paisaje que se le
ofrecía a sus ojos. Manuel, mientras manejaba su
automóvil, saboreaba todavía la parte final de su
aromático cigarro, ese aroma tan especial, suave y
único ,que solo puede ofrecer un cigarro elaborado con
selecto tabaco cubano.

CAPÍTULO
IVº

En el Puerto y en la
Ópera

El puerto de La Habana es uno de los más
importantes del Caribe por el gran tonelaje de mercancías
que en el se manejan. Es la cabeza de puente de la mayoría
de las rutas que unen el Nuevo y el Viejo Continente, compite con
su gran rival en Miami.

Un enorme barco de la marina de guerra de los Estados
Unidos, atracado en uno de los muelles del puerto, mantiene un
constante trajín de sus marineros. Unos están
prestando servicios a bordo, otros disfrutan de permisos de 24
horas y se van relevando con los que libran del servicio. Los que
tienen la oportunidad de bajar a tierra, todo su anhelo es entrar
en una taberna y beber el famoso ron cubano.

No tienen límite en la bebida, en su país
está vigente la Ley Seca, anti-alcohol, esta se respeta a
bordo de cualquier navío gubernamental, pero la
marinería aprovecha la liberalidad de las autoridades
cubanas para poder ingerir toda clase de bebidas que tengan un
alto contenido alcohólico. Alguno de ellos ingiere tal
cantidad que acaban en un delirium tremens, este estado
habitualmente finaliza con un desenlace fatal para el
individuo.

Uno de los periódicos de La Habana, en sus ecos
de sociedad, informaba de la llegada del famoso cantante de
ópera Hipólito Lázaro (Barcelona
1.887-1974), de nacionalidad española, nacido en el
popular barrio barcelonés de San Andrés del
Palomar, el mismo del que son oriundos Manuel y
Antonio.

Hipólito Lázaro, había cubierto una
larga temporada de ópera en Nueva York, donde
representó en el Metropólitan Opera House, "I
Puritani", en dos sesiones diarias durante más de dos
meses. Los Puritanos, era una ópera de muy difícil
ejecución debido a que debía ser cantada en tono
muy alto. Pocos cantantes eran capaces de cantarla más de
una vez, exigía unos pulmones de acero y Lázaro los
poseía. Aprovechó la gran debilidad que los
neoyorkinos tenían por esta ópera y que muy pocas
veces podían ver representada, hizo una pequeña
fortuna en aquella temporada especial que les
dedicó.

A su regreso a España, efectuó una escala
de varios días en La Habana, para representar allí
La Traviatta, de G.Verdi, y Marina del maestro Arrieta, esta
última muy estimada por la colonia catalana que
vivía en la Isla. El día de la
representación el teatro de la ópera estaba
completamente abarrotado de paisanos y cuando Lázaro se
arrancó con el…"Costas las de Levante, playas las de
Lloret, dichosos son los ojos que os vuelven a ver…" el
ferviente público explotó en tan grandísima
ovación que interrumpió la representación
por mas de diez minutos. Lo nunca visto en La Habana, ni tan
siquiera cuando cantó Enrico Caruso.

Manuel, gran amante del bel canto, no pudo resistirse a
presenciar la representación de Marina. Con su esposa
Alicia ocuparon asientos en las primeras filas de la platea y, ya
en la obertura se les asomaron las primeras lágrimas en
sus ojos. Finalizada la representación Manuel y Alicia se
dirigieron al camerino del insigne

cantante y paisano. Manuel y Antonio conocían a
Hipólito desde la época escolar, ambos eran del
mismo barrio barcelonés, y buenos amigos.

Haciéndose paso entre los admiradores del tenor,
llamó a la puerta del camerino con los nudillos, al
momento se abrió la puerta y apareció en el dintel
de la misma el ayudante y secretario del cantante.
-¿Qué desean los señores? les
preguntó. Manuel vestía un elegante traje de
smoking blanco de seda natural con corbata de lazo así
mismo blanco, Alicia un finísimo traje largo ,de color
marfil, con un generoso escote de los llamados "palabra de honor"
, cubría sus delicados hombros con un elegante
mantón de Manila que guardaba celosamente para las grandes
ocasiones.

– Deseamos ver al Sr. Lázaro, dígale que
están aquí los Sres. Batista. -, aguarden Vdes. un
momento por favor, voy a ver si es posible -. A los pocos
segundos apareció la robusta figura del cantante envuelto
en un llamativo batín de seda y, con los brazos abiertos
luciendo una amplia sonrisa que mostraba toda su dentadura. Era
este de una talla media, de fuerte complexión y con una
cabeza unida al tronco por un fornido cuello. La madre naturaleza
le había dotado de una potente voz y gran resistencia
física. Contaba Manuel a sus amigos, cuando de
Lázaro se trataba, que en una ocasión
Hipólito hizo una apuesta con varios de los clientes del
café Versalles donde acudían toda las tardes
después del trabajo, de que este era capaz de cantar una
canción totalmente estirado en el suelo con una persona
sentada sobre su abdomen. Las apuestas subieron hasta 10-1. Ni
que dudar que cantó la canción sin temblarle la voz
ni un ápice. El arriero, como le llamaban en su barrio,
por que esta fue su profesión antes de dedicarse al canto
profesional, era capaz de esto y mucho más. Era un hombre
con voluntad de hierro y un corazón que no cabía en
su pecho.

Entrad, entrad y acomodaros, dijo después de
abrazar a Manuel y besar la mano con cariño a Alicia.
Cuéntame Manuel, ¿qué es de tu vida?, ya veo
que te casaste con una bella y elegante damita. No sabía
que estabas en Cuba. – Vivo en La Habana desde 1912 –
respondió Manuel.

Aaaaah, cuanto tiempo pasó querido amigo, echo la
cuenta rápidamente y quizás hayan pasado unos 10
años desde la última vez que nos vimos en
Barcelona, dijo el cantante. -Si, respondió Manuel,
efectivamente la última vez tu cantabas Rigoletto, de
G.Verdi, en el teatro Odeón de San Andrés, nuestro
barrio-.

Y dime Manuel, ¿cómo fue que viniste a
parar a La Habana?. ¿Cómo te va?.

Verás amigo Lázaro, me casé con
Alicia en 1911 en la parroquia de San Andrés, nuestro
barrio , un año después tuvimos a nuestro hijo
mayor, Ramón. Debes acordarte de mi hermano mayor,
Antonio, el fumador de caliqueños, como tú le
llamabas – Ah si, dijo Hipólito, le recuerdo perfectamente
-. Pues este se vino a Cuba mucho antes que yo, por allá
1904 , se estableció en La Habana , tomó en
matrimonio a una muchacha también catalana, hija del
pueblo de Agramunt, Lérida, Francisca Albá Espinet,
se llama. Fue él quien me reclamó para que dejara
Barcelona y me viniera a trabajar en sociedad con él.
Tenemos una empresa constructora y hasta hoy no nos podemos
quejar. Antonio tiene cuatro hijos y nosotros tenemos
tres-.

-¿Cuántos días vas a estar en La
Habana Hipólito? – Cuatro, respondió este
-.

-Mira-, dijo Manuel, -mañana si no te liga
ningún compromiso, te vas a venir a comer una deliciosa
"escudella" catalana que Alicia va a prepararte, la hace como los
ángeles-. Era la primera vez que Manuel alababa un guiso
de Alicia. -¿Cuánto tiempo llevas lejos de la
patria Hipólito?,- más de tres años llevo
rondando por los escenarios del mundo.

-Acepto querido Manuel, no puedes imaginarte la gran
alegría que me has dado al venir a visitarme y ahora
invitarme a una jornada con tu familia. Acepto encantado la
invitación, dijo el cantante nuevamente trasluciendo gran
satisfacción-.

Mira Hipólito, ahora nos vamos a marchar, tu
debes atender a toda esta gente que te aguarda fuera y,
mañana te paso a recoger por tu Hotel a eso de las 11 de
la mañana, ¿te parece bien?.Por cierto,¿ en
que hotel te hospedas? le preguntó este. En el Plaza.
Espléndido, respondió este, allí
estaré. La salida del camerino, estaba lleno de
periodistas y admiradores del insigne cantante que aguardaban
para verle, hasta el punto que Manuel y Alicia tuvieron que
abrirse paso a través de ellos con ciertos
apretujones.

El Hotel Plaza era una edificación soberbia,
realizada en el año 1909, donde con anterioridad
había vivido su propietario Don, Leopoldo Carvajal,
Marqués de Pinar del Río y también fue sede
del Diario de La Marina, se hallaba situado cerca de las antiguas
murallas de las calles Zulueta y Neptuno. En la época
hospedó a un sin fin de personalidades que visitaban La
Habana.

Al regreso a su casa, se pasaron por la de su hermano
Antonio. Les salió abrir la puerta la sirvienta que les
invitó a pasar hacia donde estaban los dueños de la
casa. Francisca dejo la labor de punto que estaba trabajando y se
levantó de inmediato a saludar a sus cuñados,
Antonio leía el periódico en el entretanto
saboreaba un café y un Romeo y Julieta del tipo
robusto.

¡¡Antonio, Francisca!! casi gritó
Manuel, mañana tenemos a almorzar en nuestra casa a
Hipólito Lázaro y como es natural os esperamos a
todos para la comida. -¿No me digas? dijo Antonio. Acabo
de leer en el periódico que está en La Habana. No
sabía que habíais ido a verle-.

Si, no puedes imaginarte lo contento y feliz que ha
estado al vernos. Ha cantado una Marina como nunca, esta es una
de las óperas preferidas de su repertorio que más
le place cantar. Le han interrumpido con aplausos en plena aria.
Yo tenía los pelos de mis brazos erizados de
emoción. Por un momento he imaginado esta bella
población de nuestra sin par Costa Brava, Lloret de Mar,
ese precioso pueblecito de pescadores a la vera del mar al que
las olas besan suavemente la arena de su orilla y las
embarcaciones reposando sobre la playa. Que delicioso y
pintoresco es este paisaje de nuestra patria chica.

Bien no nos pongamos románticos ni tristes, dijo
Manuel secamente. Antonio, Francisca, mañana os esperamos
en casa a partir de las diez de la mañana. Alicia va a
preparar una "escudella y carn d´olla", platos muy
típicos y apreciados de nuestra tierra y que
Hipólito va a deleitarse con ellos. Alicia va a encargar a
la tocinería que le hagan unas "botifarras" con carne
picada de cerdo y otras viandas apropiadas. Tu Antonio te encargo
compres unas botellas de champagne catalán, a poder ser de
la casa Codorniu, es una de las mejores, que nada tiene que
envidiarle al mejor champagne francés. A buen seguro que
en el Café de Luz, don Florentino tiene de esta marca, ah
y compra también una botella de brandy de las bodegas
jerezanas Domech. Descuida Manuel, me encargaré de ello,
le respondió Antonio.

Al llegar a su casa, Alicia llamó a Agapito y le
dio serias instrucciones para preparar todo lo que se precisaba
para el día siguiente, Alicia era sumamente
metódica y detallista. – Mira Agapito, mañana
tenemos invitados y, uno de ellos es para nosotros muy especial.
Se trata del cantante de ópera Don, Hipólito
Lázaro -, el sirviente se quedó tan fresco, pues el
pobre no sabía de que trataba la ópera, el
sabía de boleros, guarachas, rumbas y otros bellos y
cálidos sones caribeños, pero la ópera para
el no tenía ningún significado. Encogiéndose
de hombros se fue macilento a la cocina.

Niños, llamó Alicia a sus retoños,
venid acá, acercaros los tres, -Mirad mañana
tenemos a comer en casa a un invitado muy especial, vuestro
comportamiento y el de vuestros primitos deberá ser
impecable, ¿lo habéis entendido bien?. Si
mamá, respondieron los tres a la vez. Ramoncito ¿tu
lo has entendido bien?. Si mami te lo prometo-.

A la mañana siguiente, muy temprano, en Villa
Drea había una actividad fuera de lo común. Agapito
había acompañado, a primera hora, a su ama a la
compra. En la charcutería ya les tenían preparado
todo lo que con anterioridad había reservado por
teléfono. A la vuelta a casa se había metido en la
cocina a preparar afanosamente todos los manjares. En el
entretanto Agapito preparaba una larga mesa en el jardín
posterior de la casa, un comedor improvisado, bajo una frondosa
pérgola que proyectaba una espesa y refrescante sombra
sobre la mesa.

Manuel sacó su auto de la cochera y junto a su
hijo mayor fue en busca de su amigo Hipólito. Alrededor de
las 11 de la mañana estacionaban el auto en la puerta del
Hotel Plaza, un elegante establecimiento hotelero inaugurado
pocos años atrás.

En el hall del hotel ya se hallaba el cantante con las
mangas de su camisa dobladas hasta más arriba de sus
codos, por el calor que hacía en aquel soleado día
de mayo, el saco lo tenía cogido de una mano. Al ver a su
amigo Manuel apresuró el paso para ir a su encuentro, se
enlazaron en un cariñoso y fraternal abrazo.

Poco más tarde llegaron al domicilio de Manuel,
entre San Francisco y la 9ª. Antes se habían dado un
pequeño paseo por la Ciudad de La Habana. Esta
impresionó mucho al cantante, el trazado de sus calles,
sus casas de un blanco níveo, la majestuosidad del
Capitolio, santuario de donde se tomaban las decisiones de la
Nación, el monumento a Martí, otro descendiente de
catalanes. En el entretanto desfilaban por las preciosas calles
de La Habana antigua, y llegando al Malecón que bordea la
mayor parte de la bahía hasta llegar a la Avenida del
Puerto, Hipólito le comentó a su amigo Manuel que
lo que había visto de La Habana le recordaba
muchísimo a la bella ciudad andaluza de Cádiz,
también conocida como "La Tacita de Plata" a lo que le
respondió Manuel: La Habana es como Cádiz pero con
más negritos y Cádiz es como La Habana pero con
más salero, echóse a reir Hipólito con gran
estruendo ante el chiste de su amigo Manuel.

Aprovecharon la oportunidad de comprar el postre en el
Café de Luz, Manuel presentó a su amigo
Hipólito a Don, Florentino, este se quedó de una
sola pieza cuando vio que el mundialmente famoso cantante de
ópera estrechaba su mano. Les sirvió personalmente
los dulces que Manuel le indicaba, al momento de pagar, el
propietario del establecimiento no quiso de ningún modo
cobrar el importe, a lo que Manuel se oponía, pero
D.Florentino se resistía. Manuel al ver que no era posible
que le cobrara, se le ocurrió una idea locuaz, y dijo –
Don Florentino, ¿que le parece si nos honra Vd. y su Sra.
esposa, viniendo a mi casa a merendar con todos
nosotros?-

– Ah me parece una feliz idea, respondió este,
¿a que hora le parece Vd. que nos acerquemos? –

– Sobre las seis de la tarde sería muy oportuno.-
Pues allí nos verán Vdes.. Hasta luego, tengan un
buen día – les dijo acompañándoles hasta la
puerta del automóvil.

Alicia con la ayuda de Agapito y su cuñada
Francisca, prepararon una mesa que era un gozo de ver, la mejor
cubertería , vajilla y cristalería de la casa
estaban dispuestas sobre aquella larga mesa, adornada con un
finísimo y níveo mantel de lino bordado, que
aguardaba a unos doce comensales. La elegancia y el buen gusto de
ambas damas quedaba patente en el modo que habían adornado
la mesa.

Sentados todos los comensales alrededor de la mesa,
proporcionaban una imagen realmente bella,familiar y
entrañable. Manuel en una de las cabeceras, a su derecha
su cuñada Francisca, al otro extremo Alicia, a la derecha
de esta, Hipólito, y a su izquierda su cuñado
Antonio. La muchachada se repartía a discreción por
el resto de la mesa, a excepción de las pequeñas
Angelita y Rita que estaban a la vera de sus madres
respectivas.

El primer plato era "la escudella", una típica
sopa catalana, elaborada con un sabrosísimo caldo,
producto de la cocción de los distintos componentes
utilizados; verduras, carnes de vacuno , porcino y gallina. Con
este suculento caldo, previamente separado y colado de los
anteriores ingredientes, se le añadía una pasta
especial para ese tipo de sopa denominada "galets" que
cocería a fuego lento durante unos 30 minutos.

Le sigue a este delicioso y alimenticio plato. El
segundo, denominado "carn d´olla", este no es otra cosa que
los ingredientes utilizados para hacer el caldo de la sopa, que
ahora se sirven en una fuente para ser degustados, junto con la
"pilota", que como dice la palabra tienen forma de una pelota de
unos 4 centímetros de diámetro, esta se elabora
partiendo de carne picada de cerdo, a la que le es añadido
ajo picado, perejil y se amasa todo ello con un huevo batido y
harina. Diez minutos de cocción con el caldo de la
preparación de la sopa y, se servirá junto a los
ingredientes del segundo plato.

Durante la ingestión de estos dos suculentos
platos, los adultos habían dado buena cuenta de tres
botellas de vino tinto de la comarca del Penedés, que
Antonio había traído de su casa. Como es
típico en Cataluña y, esta era una comida
absolutamente catalana, bebieron el vino utilizando el
porrón.

A medida que transcurría el ágape se
animaba la conversación y el vino era un óptimo
aliado para ello. Al postre, Agapito acercó a doña
Alicia la bandeja de dulces que habían adquirido en el
Café de Luz, de inmediato los pequeñuelos, que
hasta el momento habían permanecido muy modositos y
correctos escuchando la conversación de los mayores,
comenzaron a pedir a gritos que les sirvieran los dulces. Alicia
le pasó la bandeja a su cuñada Francisca para que
esta sirviera a cada uno de los comensales y en especial a la
chiquillería que aguardaba alborozada y
relamiéndose.

¡¡Agapíto!! Llamó Manuel ,
este se acercó diligentemente diciendo con su voz
cadenciosa, dígame Don Manué, – mira oye
tráete una de las botella de champagne que has puesto a
enfriar – , Agapito apareció a los pocos instantes con una
de las botellas del delicioso champagne de la zona de Sant
Sadurní, que degustaron acompañando los
dulces.

La muchachada acabado el postre, se levantaron de la
mesa, con el previo permiso de sus padres, y fueron a jugar por
el jardín. La deliciosa Paquita llevaba alrededor de sus
labios todavía crema de uno de los pasteles.

A eso de las seis de la tarde llegó Don
Florentino acompañado de su esposa Camila, este llevaba
bajo el brazo una caja de cigarros de la marca "Por
Larrañaga" de elaboración muy limitada con la que
obsequió al dueño de la casa y un ramo de preciosas
y blancas gardenias a la esposa de este.

Manuel y Antonio saludaron a los esposos Menéndez
y a su vez efectuaron las presentaciones entre Hipólito y
Camila, Alicia y Francisca. Camila era una bella cubana hija de
franceses, que poseía ese toque "chic" tan peculiar en las
mujeres francesas combinado con la simpatía y
alegría del pueblo cubano. Era alta y esbelta, de cintura
muy fina, cabello rubio y largo que le caía por encima de
sus hombros, ojos de un azul muy claro adornados de abundantes y
largas pestañas que manejaba con femenina
coquetería. Un ejemplar de mujer sumamente cautivadora.
Unos 15 años menor que su marido.

Los reunidos se enzarzaron en apasionada
conversación alrededor de sus orígenes,
antepasados, en el entretanto sorbían un exquisito
café acompañado por un brandy de la marca Fundador,
los caballeros, y un anís sumamente dulzón para las
damas, este era anís era destilado en Badalona, una
población industrial y marinera muy próxima a
Barcelona, de la prestigiosa marca "Anís del
Mono".

Hacía calor, las damas se aliviaban del mismo con
sus abanicos y los caballeros lo hacían prescindiendo de
sus sacos. Atardecía y el sol tendía a desaparecer
del decorado celeste, se acercaba al ocaso, una suave brisa que
provenía de la bahía hacía que la estancia
en el jardín se convirtiera en una gloria. De repente
Camila, dirigiéndose a Hipólito le sugirió
con una gracia exquisita, a la que ningún ser humano
varón se hubiese podido negar, que cantara alguna
canción.

Hipólito se alzó de su asiento y
blandiendo en su mano derecha una fina copa que contenía
el dorado y burbujeante champagne, se arrancó con el
"Libbiamo", famoso brindis de la ópera Traviatta, del
fecundo compositor italiano, Giuseppe Verdi. La
potentísima voz del tenor Lázaro se oía
hasta más allá de dos cuadras, a los pocos minutos
se acumuló una gran cantidad de vecinos alrededor del
jardín escuchando embelesados el repertorio que fue
cantando el tenor. Este envalentonado por la inesperada y devota
audiencia y, un poquito de la alegría que el champagne y
el brandy le habían inspirado, siguió cantando
varias canciones más. Para finalizar, por lo avanzado de
la hora que ya era, les cantó a todos ellos una popular
habanera que decía " Cuando…. salí de La Habana
válgame Dios….." al finalizar, el improvisado
público estalló en aplausos y vítores. Fue
un acontecimiento muy importante, que durante tiempo se
comentó en La Víbora.

El astro rey hacía algunas horas que había
abandonado el firmamento y su hermana luna, lucía plena de
esplendor. Sobre las diez, Hipólito sugirió
levantar la sesión, la velada había sido
entrañable y alegre. Don Florentino se ofreció en
acompañar hasta su hotel al cantante. Este aceptó
con gusto.

La familia Batista en pleno acompañaron a sus
distinguidos huéspedes hasta el automóvil de Don
Florentino, que estaba estacionado en paralelo con el de Antonio,
Hipólito sujetando delicadamente la mano y el antebrazo de
Camila para ayudarla a subir al auto de su esposo, esta
agradeció a Hipólito la galantería con una
suave caída de sus largas y rubias pestañas y un
casi imperceptible mohín de sus labios. Al cantante la
sangre le circuló a gran velocidad por su enorme
corpachón.

En cuanto a Lázaro se refiere, todavía
hoy, el barrio barcelonés de Gracia, tiene una calle
dedicada al insigne tenor que dice así : Calle del tenor
Hipólito Lázaro.

CAPITULO Vº

La
Quiebra

Manuel y Antonio eran unos buenos constructores , con
los años, obtuvieron un cierto prestigio entre los
profesionales de su sector en La Habana. Poseían una de
las mejor adiestradas y especializadas plantillas de trabajadores
. Esto, acompañado de una escrupulosa formalidad en el
cumplimiento de los pactos profesionales con sus clientes, les
dotó de una clientela adicta. Ambos hermanos, aunque muy
distintos en carácter, se complementaban profesionalmente
a la perfección.

Manuel, procuraba estar al día de las nuevas
tendencias y materiales que la arquitectura iba aplicando y
Antonio era el ejecutor de las mismas. En invierno del 1919,
Manuel se desplazó a Nueva York para ver como se
construían aquellos altísimos edificios, a los que
llamaban "rascacielos" y, los materiales y técnicas que
utilizaban. Aprendió la nueva técnica del
hormigón armado y la construcción de edificios con
estructura metálica. Estas enseñanzas las
aplicó junto con su hermano Antonio en sus obras, por
primera vez en La Habana. Toda una innovación. Este
sistema permitía construir un edificio con menor espacio
de tiempo y menor inversión en mano de obra, en definitiva
un abaratamiento de costos constructivos y mayor rapidez de
trabajo. Se acercaba el momento de prescindir la
construcción a la vieja usanza de ladrillo sobre ladrillo.
El Cemento y el acero se abrían paso en la nueva era de la
arquitectura.

Los edificios crecían en altura y precisaban
menor superficie de terreno, el sistema obligaba a desarrollar
otras técnicas, si los edificios se alzaban a muchos
metros del suelo, a sus ocupantes también había que
subirles a sus nuevos hogares. Los elevadores eléctricos
solventaron este inconveniente. La Habana fue uno de los primeros
países latinoamericanos que adoptaron el
elevador.

En el continente americano corrían malos vientos.
En los Estados Unidos, motor económico mundial y
consecuentemente de la economía cubana, estaban pasando
una de las peores crisis económicas que habían
conocido en su corta historia. Grandes y prestigiosas
factorías cerraban, los obreros eran despedidos a miles,
los sindicatos obreros llamaban a la rebelión agitando
grandes masas humanas por todo el país. Fue en lo que vino
en llamarse :"La gran depresión".

Este fenómeno socioeconómico
también vino a afectar a Cuba en alguna medida, esta
dependía en exceso del vecino Tío Sam, los
tenían atrapados. La economía cubana, habitualmente
sólida gracias a la gran producción de
azúcar de caña, café, tabaco y
níquel, se vino abajo arrastrando y arrasando todo tipo de
economías, comenzando por la más básica, la
mano de obra. Los obreros vagaban por las calles en busca de un
posible trabajo que les diera los mínimos ingresos
necesarios para subsistir él y los suyos.

La falta de contratos de venta del azúcar,
hacía que este se acumulara en los almacenes obligando a
los Ingenios a paralizar su actividad total, así mismo las
zafras también se paralizaban pudriéndose las
cosechas en la propia plantación, el precio mundial de
este cayó en picado. La banca dejó de conceder
créditos a los pequeños industriales preveyendo un
alto índice de morosidad que se extendía como una
gota de aceite sobre un papel.

La ruina de muchos empresarios y familias se hizo
patente. Suicidios, estafas, fallidas y muertes estaban a la
orden del día.

Los Batista no podían estar al margen del
desastre económico cubano. El Royal Bank of Canadá
,banco con el que desde muchos años venían operando
y guardando todo su dinero efectivo, no pudo resistir el envite y
quebró. Todo el capital de ambas familias acumulados
durante años, se esfumaron como humo al viento, en un
instante pasaron de la opulencia a la pobreza más
llana.

Antonio tuvo la fortuna más adversa, un pinchazo
de un tenedor en su boca durante el almuerzo, se le
infectó provocándole una gangrena que acabó
con su vida. La repentina muerte de su hermano afectó
grandemente a Manuel, por su mente pasaron un millón de
escenas, en el entretanto caminaba cansinamente por los senderos
del cementerio de Colón, acompañando al
féretro de su querido hermano, era un día ventoso y
con una fina lluvia que calaba hasta los huesos. El chirriar de
las ruedas de la carreta que transportaba a Antonio a su
última morada y el sentido llanto de su cuñada
Paquita junto al de los pequeñuelos hizo reaccionar a
Manuel. Se dijo para sus adentros; – soy todavía joven,
tengo un nombre y un prestigio ganado en mi sector , mi hermano y
yo estamos iniciando la construcción de un edificio de
cinco plantas, que una vez terminado cobraré y
reiniciaré la actividad, podré pagar a nuestros
acreedores y habrá dinero para las dos familias -.
Pensó , las penas con pan son menos…

Al día siguiente Manuel convocó en su
oficina a todos sus acreedores habituales suministradores de
materiales de construcción. Cuando les tuvo a todos
allí, les habló de esta manera:.

-Amigos, son todos ustedes conocedores de la grave
crisis que está atravesando nuestro país y
consecuentemente todos nosotros, esto está siendo la ruina
de muchas familias. Ustedes en su día depositaron su
confianza en mi difunto hermano Antonio, que Dios tenga en
Gloria, y en mi, vendiéndonos los materiales que
precisábamos para nuestras construcciones a crédito
y que a su vencimiento satisfacíamos siempre puntualmente.
Mi hermano y yo, quiero hablarles con toda la sinceridad del
mundo, no quiero llevarles a engaño, a través de
los años les hemos pagado siempre escrupulosamente. Ahora
me hallo en una situación verdaderamente difícil,
estoy al borde de la quiebra, estoy finalizando la
construcción de un importante edificio que, si ustedes me
siguen concediendo su confianza acabaré la obra y
podré pagarles todo cuanto me hayan suministrado -.
Asintieron todos a la juiciosa propuesta de Manuel, los
antecedentes de la sociedad eran irreprochables y, un mal momento
lo podía atravesar cualquiera. Vieron en Manuel un hombre
joven, emprendedor y capacitado, sabían que le faltaba el
importante apoyo de su hermano, el habitual ejecutor y
controlador de las obras, pero también era bien cierto de
que si querían cobrar no tenían otra alternativa
que correr este riesgo.

Manuel despidió a sus proveedores en la puerta de
su oficina y, de inmediato se marchó a controlar el estado
de la obra que había dejado paralizada en el entretanto
arreglaba la situación económica y
familiar.

El edificio que tenia en construcción, era un
encargo de un paisano catalán, hijo de la población
costera de Calella, era este el representante del coñac
español de la conocida y reputada marca: Fundador Domeq
para todo el Caribe, hombre acaudalado pero de oscuro pasado,
nadie pudo averiguar jamás por qué tuvo que
abandonar precipitadamente España.

El encargo de construcción que Manuel
tenía, era verbal, con la condición de pago "llaves
en mano", o sea obra totalmente finalizada.

Manuel con duros trabajos y un sin fin de noches sin
poder conciliar el sueño, acabó a los pocos meses
la construcción del edificio, este era de aspecto esbelto,
con grandes ventanales al exterior, situado en una de las esquina
de la Calle de Los Oficios con Santa Clara, en la Habana Vieja,
no lejos de la Plaza de Armas y la Catedral. Sin duda era una de
las obras emprendidas más importantes afrontadas por
éste.

Al día siguiente, Manuel se personó en las
oficinas de su cliente para efectuar la entrega de las llaves del
edificio y cobrar.

Desearía ver al Sr.Soler, dijo Manuel a la
secretaria de su cliente al entrar en la oficina de este. –
Aguarde un instante Sr.Batista – respondió esta. Al poco,
salió e invitó a pasar a Manuel.

-Buenos días, Sr.Soler – dijo Manuel al mismo
tiempo que entraba en el bureau de aquel – .Este casi no
respondió al cortés saludo , murmuró algo y
permanecía cabizbajo, sin mirar a los ojos de su
interlocutor. -Sr. Soler-, dijo Manuel, -el edificio que usted
nos encargó que le construyéramos, lo hemos acabado
en su totalidad, aquí vengo a efectuar la entrega de las
llaves del mismo, tal y como usted y nuestra empresa acordamos y,
naturalmente le traigo también la factura para que la haga
efectiva-.

Tomando las llaves y depositándolas en un
cajón de su mesa de trabajo, el Sr. Soler levantó
ligeramente la cabeza y le soltó a Manuel en modo agrio y
con voz quebrada: – No puedo pagarle, no me van las cosas como
esperaba -, Manuel se quedó de una sola pieza, de repente
le pasó por su mente como si de una estrella fugaz se
tratase, su familia, la de su hermano, sus acreedores, a quienes
había empeñado su palabra de honor de abonarles
cuanto les debía.

Manuel se rehizo por un instante y le conminó a
su cliente a que le pagara, añadió que el no era
responsable de que sus negocios no funcionaran correctamente. A
lo que Soler respondió de manera agresiva: – que en su
casa nadie le daba lecciones de economía – Salga de mi
oficina y no vuelva jamás, añadió
-.

A Manuel se le nubló la mente, lo primero que se
le ocurrió fue llamar a un abogado y entablar un pleito,
estaba en su total derecho de cobrar un trabajo encargado y
desarrollado en las calidades , tiempo y precio comprometido, en
el entretanto caminaba sin rumbo fijo por las calles.
Pensó que su actual economía no le
permitiría sufragar los gastos de un abogado y procurador,
para entablar un pleito que posiblemente ganaría, pero que
podía durar meses, tal vez años.

En el entretanto deambulaba sin rumbo fijo por las
calles de la ciudad, sus pensamientos entraron en la fase
personal del amor propio herido. Se decía así mismo
– Esto no es posible, nadie se ríe bonitamente de un
Batista, este hombre no me arruina sin que yo no haga algo -. En
el entretanto le hervía este último pensamiento en
su mente, en su deambular cabizbajo, fue a pasar por delante del
escaparate de una ferretería/armería.

Entró mecánicamente a ella, como si
estuviera en un estado sonambulesco, no veía ni oía
nada de lo que su alrededor transcurría.

El dependiente del otro lado del mostrador, tuvo que
dirigirse a Manuel por segunda vez para que este le oyera,.
¿Qué desea que le sirva Señor?. -Ah si,
disculpe respondió Manuel, como resucitando. –
Desearía adquirir un revolver y munición para este.
– ¿ Tiene Vd. preferencia por una marca y calibre
determinado caballero? – , los ojos de Manuel centellearon de ira
y sin contenerse respondió de un modo desabrido y con voz
ronca: – Me basta con que dispare – .

El empleado le mostró varios revólveres de
fabricación americana e inglesa. Eligió un Smith
& Wesson de cañón corto. Pagó su importe
y lo guardó en uno de los bolsillos interiores de su saco.
Al salir una oleada roja cubrió sus ojos dirigiendo sus
pasos a la oficina del hombre que le quería estafar,
deseaba acabar con él cuanto antes, le dispararía
en mitad del corazón, se decía, le daré su
merecido. – Este no volverá a arruinar a ninguna otra
familia -.

Al llegar a la puerta de la oficina de su cliente,
empujó con fuerza la puerta para entrar. Estaba cerrada.
Extrañado miró su reloj de bolsillo y se
sorprendió al ver que eran más de las nueve de la
noche. Era tal su tribulación que no había reparado
en el tiempo transcurrido, ni en que comenzaba a anochecer.
Sintió una gran frustración al ver que no
podía llevar a cabo su cometido. Pensó,
mañana daré cuenta de ese hijo de perra. Dio media
vuelta y encaminó sus pasos hacia su casa, no quedaba
demasiado lejos.

Entró en su casa en silencio, cabizbajo y con los
brazos cruzados a su espalda. Alicia al verle entrar de aquella
inusual guisa, temió que algo grave le hubiese sucedido,
Manuel desde el trágico fallecimiento de su hermano mayor,
Antonio, no era el mismo. Se había vuelto algo
huraño y taciturno.

Alicia, al ver a su adorado marido en aquel inusual
estado, se levantó de la butaquita que ocupaba como si de
un resorte se tratara, de repente un mal presentimiento se
apoderó de su corazón haciendo que este se
encogiera. – Manuel esposo querido – dijo con toda la dulzura de
la que era capaz, fue a abrazarle al mismo tiempo que
hacía puntillas para alcanzar los labios de su marido y
darle un beso.

Este se quedó de pié en mitad de la
estancia, ausente de todo cuanto le rodeaba, ni tan siquiera
notó cuando Alicia le abrazaba fuertemente y refugiaba su
diminuta cabeza en su pecho. – Qué te ocurre Manel, en
momentos importantes Alicia le llamaba por su nombre en
catalán, Manel – . Te noto preocupado y ausente,
siguió -..

Los peques de la casa estaban en un rincón de la
sala, habían detenido la lectura de un libreto de
aventuras juveniles que habían iniciado hacía
breves momentos, eran testigos silenciosos de esta triste y
preocupante escena, veían un padre en un inusual estado,
el hombre autoritario y seguro de si mismo, había
cambiado. Ramoncito intuyó que algo grave le
sucedía y preocupaba a su padre, se levanto de su silla y
acercándose lentamente a sus progenitores mientras su
madre permanecía abrazada a Manuel.

Súbitamente Alicia se separó ligeramente
de su marido y mirándole a los ojos le preguntó,
¿qué es este bulto que noto debajo de tu saco
Manuel?, este seguía como ausente, sin reacción,
Alicia se atrevió a meter la mano entre el pecho y el saco
de su esposo hasta tener contacto con el bulto que exteriormente
había observado, Manuel seguía sin reaccionar,
Ramoncito se detuvo a muy poca distancia de sus papás,
podía notar la jadeante respiración de su padre y
el frío sudor que por su frente se deslizaba lentamente
hasta el almidonado cuello de su camisa.

Alicia notó un objeto frío y duro,
palpó el mismo y acto seguido lo asió por uno de
sus salientes sacándolo del bolsillo dónde se
hallaba. Al ver que se trataba de un arma casi se cae desmayada,
pero se sobrepuso a ello, estos son los momentos en que surgen la
fortaleza de carácter en un ser humano, las situaciones
límite suelen enaltecer el carácter y la voluntad
del más pacífico. Alicia dejó caer el arma
al suelo, como si su solo contacto fuera contaminante del mal. El
seco ruido del impacto del revolver con el embaldosado, hizo que
Manuel despertara de su ensimismamiento, su primera
reacción fue intentar recoger el revolver, pero Ramoncito
ya lo había recogido, su viveza e intuición le
decían que aquella arma y el estado de su padre, no
significaban nada bueno, echó a correr hacia la calle con
toda su alma con el arma asida por el cañón, hasta
llegar a la boca de una alcantarilla, allí echó el
revolver.

En la casa su padre intentaba correr detrás de su
hijo Ramón, Alicia abrazada fuertemente a Manuel le
impedía correr para que este le alcanzara, la furia y
rabia que en aquellos momentos sentía Manuel, hacía
que arrastrara a su esposa como si de un muñeco de trapo
se tratara, al llegar al jardín vio a su hijo que
regresaba, – ¡¡¡Ramón dame la pistola,
le dijo gritando !!! -, Papá, la he echado a la
alcantarilla, le respondió este -, un fuerte
bofetón en la mejilla le impactó, su padre fuera de
sí le abofeteó ante la impotencia que
sentía. Alicia seguía abrazada a el, lloraba
desconsoladamente, sus lágrimas sumisas a la ley de la
gravedad, inundaban sus ojos rodando por sus mejillas,
¡¡¡Manuel no pegues a tu hijo !!! gritaba.
Finalmente Manuel se deshizo del abrazo de su mujer y, furioso
entró en la casa. Toñete y Rita, seguían
sentados en sus sillas con el espanto reflejado en sus rostros y
llorando ,sus mentes infantiles no alcanzaban a comprender el
motivo por el que sus padres reaccionaban de un modo
inusitado.

Ramoncito, entró hecho una furia en la casa y se
tiró a agarrarse a una de las piernas de su padre,
gritando al mismo tiempo – ¡¡¡ Papá,
papá, no te enojes con nosotros, te queremos mucho, te
queremos mucho!!!, al mismo tiempo que le besaba la pierna en la
que estaba asido.

Manuel en su locura, vio a sus pequeños llorando
atemorizados en un rincón de la estancia , a su Alicia con
carita de desespero y su hijo mayor Ramón
demostrándole una cariño y valentía
inusuales en un muchacho de su edad. Esta imagen le ayudó
a serenarse, sentándose en una de las butacas del
salón, abrazó fuertemente, como si quisiera fundir
su cuerpo con los suyos, a Alicia y Ramoncito, besándoles
y disculpándose por lo sucedido, cogió a la
asustada y pequeña Rita sentándola en su regazo y a
Toñete, formaban todos juntos una enternecedora imagen
familiar.

Alicia se apartó por unos momentos y le
sirvió a su esposo un apetitoso café que
recién acababa de hacer, este ya más sereno,
contó a su familia todas las vicisitudes económicas
que desde hacía algunos meses venía soportando y
que les había ocultado.

Alicia ayudada por su hijo Ramón, convencieron a
Manuel de vender todos los objetos de su propiedad, la casa donde
vivían y la maquinaria que utilizaban para sus
construcciones y regresar a la patria. – Manuel, decía
Alicia, vamos a olvidar todo, regresemos a Barcelona y reharemos
de nuevo nuestras vidas, con los años recordaremos nuestra
estancia en La Habana como nuestros mejores años, con
alegría y felicidad, nuestra mitad ya es cubana, no lo
olvidaremos nunca, por años que pasen, lo tenemos en lo
más hondo de nuestros corazones, hagámoslo por
nuestros hijos y por nosotros-.

Al día siguiente y después de haber
consultado con la almohada, Manuel se marchó a ver una
agencia inmobiliaria, en la calle Chacón, para tratar de
vender la casa, afortunadamente pudo venderla en el mismo
día, con la condición de desalojarla en un mes. No
fue una gran venta pero necesitaban aquel dinero para los pasajes
de regreso.

Una vez cobrada la mitad del importe de su querida y
preciosa casa, se dirigió al puerto, detuvo su
automóvil en la puerta de la compañía
SANTAMARÍA y CIA., consignataria de los vapores Pinillos,
en la calle San Ignacio, número 18.

Adquirió cuatro pasajes que correspondían
a los camarotes más económicos del vapor que
salía hacia España a primeros del mes de Diciembre,
o sea, seis días después de haberlos adquirido.
Eran para Alicia y sus tres hijos. Manuel pensaba viajar algunos
días más tarde, con el fin de disponer de
más tiempo para poder vender el automóvil, la
maquinaria y andamiajes de la constructora y cobrar finalmente el
resto pendiente de la venta de su casa.

Alicia fue preparando las maletas que debían
llevarse con todas las pertenencia y efectos personales.
Ramoncito escondió entre la ropa una pelota y un guante de
baseball, seguiría su afición a este juego
allá en Barcelona, también guardó una
guía telefónica de La Habana, no sabía bien
por qué la guardaba, pero pensó que cuando la
leyera, siempre le recordaría su querida Cuba.

Manuel fue a visitar a su cuñada Francisca
Albá para comunicarle su decisión de regresar a
España, deseaba convencerla para que regresara con ellos y
sus hijitos. Francisca rechazó la idea de Manuel, dijo que
ella pensaba quedarse a pesar de las circunstancias, que
lucharía con todas sus fuerzas para sacar a sus hijos
adelante. Y bien que lo hizo esta tenaz luchadora mujer
leridana.

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